Clásicos de Siempre: Análisis de Double Indemnity, de Billy Wilder

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Análisis de Double Indemnity

Hoy en nuestra sección de «Clásicos de Siempre», los dejamos con nuestro análisis de Double Indemnity. Una inigualble obra maestra del director austriaco Billy Wilder.

Lo bueno de los clásicos inmortales, es que siempre hay jugo que exprimir, y en este caso no es la excepción. Double Indemnity, conocida como Perdición en España y Pacto de Sangre en Latinoamérica, es una película capital dentro del género, tanto así que normalmente se le considera como el molde esencial sobre el cual se basa todo el cine negro desde entonces.

Estaremos todos de acuerdo en que a menudo se suele citar a El Halcón Maltés, de John Huston, como la primera película de cine negro, estrenada en 1941, e incluso algunos optan por mencionar a El Desconocido del Tercer Piso, de Boris Ingster, como la auténtica pionera (estrenada un año antes que la opera prima de Huston). Aún con esto, Billy Wilder, imprime en su Pacto de sangre tal personalidad, e ingredientes narrativos tan fascinantes, que desde su estreno en 1944 se tuvo como el modelo estándar predominante del cine negro clásico, y del film noir moderno, ya lo sabrá Lawrence Kasdan con su Fuego en el Cuerpo, de 1981.

Con todo y pese a ello, Double Indemnity, que adapta la novela homónima de James M. Cain, no estuvo libre de quilombo. Charles Brackett, habitual co-guionista de Wilder, rechazó trabajar con el relato de Cain y Wilder se vio forzado a buscar quien le supliera en la labor de adaptar la novela. El trabajo quedó finalmente para Raymond Chandler, otro grande de la literatura quien tampoco miraba con buenos ojos la obra de Cain. Chandler no tenía experiencia en guiones y no es ningún secreto que Wilder y Chandler tuevieron mucho más que discrepancias a la hora de tomar el papel y el lápiz. Aún con todo el resultado fue uno de los mejores guiones de la historia del cine.

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Aquí vemos a la señora Dietrichson a sus anchas, como invitando a Walter a sentarse a su lado, como «complice». Mientras él está incómodo en el antebrazo.

La película nos cuenta la historia del vendedor de seguros Walter Neff (Fred MacMurray) y la intrigante señora Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck), quienes luego de enrollarse amorosamente, deciden asesinar al esposo de ésta con el fin de quedarse ámbos con el dinero de la póliza de seguros. Un relato trájico y siniestro que si bien adapta el relato original de James M. Cain, éste a su vez se basa en un crimen real, ocurrido en Nueva York en 1927, ocho años antes de publicar su novela en 1935.

Varios relatos de Cain fueron llevados a la pantalla grande. Curiosamente su trabajo más célebre, El Cartero Siempre Llama Dos Veces (escrito un año antes que Double Indemnity) ya nos contaba esencialmente la misma historia, y fue traducida al cine por nada menos que Luchino Visconti, bajo el título de Ossessione (1943), pieza clave del neorealismo italiano. En un comienzo el clásico de Visconti fue prohibido por el régimen fascista italiano, hasta que el mismísimo Benito Mussolini facultó su proyección, aunque con serias restricciones. Todo esto favoreció la película de Wilder a riesgo de ser tomada como un refrito de la cinta italiana.

Con la película de Wilder se nos plantea otro modo de desenvolver la intriga. Ya en los créditos iniciales se ve la silueta de un hombre caminando con unas muletas en dirección a la cámara (algo que no ocurre hasta mitad de película). Una vez entramos en la película como tal vemos al personaje de Fred MacMurray confesando el crimen en un dictáfono, dándonos una de las líneas más memorables del cine negro:

Sí, yo lo maté. Lo maté por dinero y por una mujer. No obtuve el dinero y tampoco la mujer, estupendo ¿no?

Ya con estas sintomáticas líneas (nada más arrancar la cinta), Wilder subraya el espíritu trágico y fracasado del personaje de MacMurray, con ese mustio halo de perdedor y patetismo típico en los protagonistas del género.

Así mismo la presentación del personaje de la señora Dietrichson, bajando las escaleras mientras la cámara sigue sus piernas. Desde su aparición se nos presenta con una personalidad enigmática, sensual y siniestra, que Barbara Stanwyck reúne a la perfección, personificando todos los elementos claves de la mítica femme fatale, figura esencial dentro del cine negro clásico estadounidense.

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Edward G. Robinson como Barton Keyes.

Si bien MacMurray y Stanwyck están brillantes, la cereza del pastel se la pone Edward G. Robinson en su papel de Barton Keyes. Un mordaz investigador de la empresa, quien con un singular sexto sentido se dedica a desbaratar posibles fraudes, cuando alguno de sus clientes decide cobrar alguna póliza.

El personaje de Edward G. Robinson es clave. Se presenta como un amigo y a su vez mentor del desventurado Walter Neff. Ingenioso y sabelotodo de las estadísticas, Barton Keyes representa el principal obstáculo de la pareja de tortolitos empecinados en estafar a la compañía. Pero Barton no está sólo, está junto a su «enanito», como él le llama, una curiosa sensación en la boca del estómago que le avisa cuando algo huele mal. Los momentos en que alude a ese «enanito» son verdaderamente brillantes.

El reparto lo completa una joven Jean Heather en el papel de Lola Dietrichson, hija de la primera señora Dietrichson. Personaje que de alguna manera actúa como conciencia de Walter Neff, y a través del cual nos enteramos de que hay más capas detrás de la misteriosa señora Dietrichson. Un personaje crucial que hará cavilar más de lo esperado a un abrumado Walter Neff y propone un giro determinante en el devenir de la historia. Una prometedora actriz que desgraciadamente vio su carrera truncada demasiado luego, debido a un accidente automovilístico a finales de 1947 que dañó su rostro.

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Aquí vemos a Jean Heather, quien funciona como la conciencia de Walter.

Con Pacto de sangre Billy Wilder hace escuela. Ya no sólo por trabajar hábilmente todos los estilemas propios del género (que ya con eso nos valdría) sino que además Billy Wilder en esta película nos propone elementos narrativos que no todos los directores/guonistas han sabido tratar de un modo eficaz, por ejemplo la voz en off.

El uso de la voz en off es un aditamento narrativo de cuidado, muchas películas han visto gastada su calidad narrativa por un malogrado uso de este recurso, un ejemplo de ello es la primera versión de Blade Runner (1982) de Ridley Scott (que además es cine negro y deudora de Wilder).

En el caso de la mentada película de Scott, a riesgo de sonar muy elevado el discurso de la película, la producción incluyó una voz en off grabada por el propio Harrison Ford que acompañaba al personaje de Decard con reflexiones y explicaciones que, lejos de conducir y avanzar la trama, la volvía redundante y cansina. Algo que Scott corregiría años más tarde amputando la voz en off en su corte del director.

La voz en off es fútil si nos cuenta algo que ya estamos viendo en pantalla. Esta película es un buen ejemplo de cómo utilizar la voz en off. Por ejemplo, cuando Walter Neff entra en la casa de la señor Dietrichson y observa las fotografías, ahí nos enteramos que antes ya había tenido otro matrimonio y que el personaje de Lola no es hija de la actual señora Dietrichson, sino de su anterior esposa. Tan solo en esta escena, en los primeros minutos, Wilder envuelve al espectador en un contexto informativo clave para que la trama avance con un ritmo más ágil.

Para cerrar nuestro análisi de Double Indemnity, decir que la película no sólo resulta ser una obra maestra del cine negro, sino un ejemplo absoluto de lo que es un clásico. Es un intrigante relato sobre la manipulación, la caída moral (la perdición), la codicia, la traición y los engaños, pero también sobre la amistad y consciencia ética. Una película con personalidad, con un reparto sólido y un guion que perfectamente podría haber ganado el Óscar ese año, pero no lo ganó. Para mí una película de 5 estrellas, que merece ser revisionada una y otra vez, siempre será un nuevo regalo.

Lo que sigue contiene spoilers…

Anecdotario:

Inicialmente, el personaje Walter Neff se llamaría Walter Ness. Billy Wilder se enteró que efectivamente existía un vendedor de seguros llamado Walter Ness, que vivía en Beverly Hills. Para evitar cargos de difamación, Wilder decidió cambiar el apellido del personaje.

En el relato original de James M. Cain los protagonistas se salían con la suya, no eran castigados por la ley aunque al final terminaban suicidandose. La censura de la época se fue en picada haciendo notar que además mantenían una relación adúltera, considerada inmoral.​ Chandler y Wilder optaron por cambiar el final en su guion, haciendo que Walter muriese ejecutado en la cámara de gas de la prisión de San Quintín, sin embargo este final también fue eliminado porque ¿quién querría ver a Fred MacMurray muriendo en la cámara de gas? Un poco macabro ¿no?

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La clásica escena de «la puerta imposible».

El juego que se traen el personaje de Walter Neff y Barton Keyes con las cerillas es sencillamente brillante. Durante toda la película es Walter quien siempre enciende el abano de Barton, quien nunca anda con cerillas, mientras que en la última escena, cuando Walter, herido de bala, se desploma antes de llegar al ascensor pretendiendo huir, es Barton quien le enciende el cigarrillo. Una resolución de guion perfecta.

Quisiera terminar con una pregunta… ¿Por qué la señora Phyllis Dietrichson no hizo el segundo disparo? ¿Por qué no mató a Walter? Tal vez siempre nos quedaremos con la duda…

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