El terror es un género caprichoso: nos seduce con la promesa de lo desconocido, nos agarra del cuello con el suspenso y nos sacude con lo inesperado. No entres (Hugo Cardozo, 2024) arranca con un primer acto que nos hace creer que estamos ante una experiencia genuinamente entretenida, con un ritmo ágil y una atmósfera bien construida. Sin embargo, a medida que la historia avanza, la cinta se va desmoronando bajo el peso de sus propias indecisiones, cayendo en la repetición y en un desfile de lugares comunes que terminan por convertirla en un ejercicio de terror completamente descafeinado.
Desde el punto de vista formal, la película pretende fusionar el estilo de metraje encontrado con una narrativa cinematográfica convencional, pero lo hace de manera errática y sin convicción. En un momento seguimos las reglas del falso documental, con cámara en mano y encuadres caóticos, y al siguiente nos encontramos con tomas imposibles dentro de esa lógica, acompañadas por una musicalización que evidencia un artificio. Este vaivén no solo rompe la inmersión, sino que deja al espectador con la sensación de que el filme no sabe exactamente qué quiere ser.
Los momentos de terror, aunque bien ejecutados en ciertos pasajes, terminan por encajar dentro del molde más convencional del horror hollywoodense: sustos estridentes, apariciones telegráficas y la típica escalada de sobresaltos que se sienten más como una lista de chequeo que como un ejercicio narrativo bien pensado. Y una vez que los créditos aparecen, esos sustos se desvanecen sin dejar rastro en la memoria del espectador.
La narrativa también tambalea cuando se aventura en sus revelaciones. El giro sobre Aldo, que se supone debería ser un golpe de efecto, no funciona por una escena previa en la que los paramédicos hacen caso omiso a los gritos de alegría del Aldo al ver a su amigo con vida, una sospecha suficiente para desinflar la sorpresa. Luego, el giro final, donde se nos muestra que Cristian fue en realidad el asesino de Aldo, se siente forzado y desconectado del desarrollo previo: si Aldo estaba tan feliz por verlo vivo, ¿en qué momento se supone que la narrativa sostiene esta revelación?
A esto se suma el problema de la inverosimilitud de ciertas decisiones de los personajes. Un ejemplo evidente es la insistencia de Aldo en seguir grabando dentro de la casa, incluso después de haber presenciado fenómenos paranormales impresionantes. Como espectadores, sabemos bien que en la vida real, ante un poltergeist digno de película, cualquiera, como mínimo, abandonaría de forma elegante. Este tipo de situaciones no solo desafían la credibilidad, sino que evidencian una falta de lógica interna en la historia.
Por si fuera poco, la película juega con la posibilidad de que muchas de las apariciones sobrenaturales hayan sido alucinaciones, producto de la atmósfera y la imaginación, pero nunca termina de definir su postura. Algunas entidades parecen ser meros delirios justificados en simples sombras al ver la cinta grabada, mientras que otras tienen interacciones prolongadas con los personajes, lo que deja la sensación de que la historia quiere ser ambigua, pero sin el pulso firme necesario para sostener esa ambigüedad de manera efectiva.
En definitiva, No entres es un ejemplo clásico de una película que comienza con una promesa interesante, pero que se diluye en la indecisión y la falta de creatividad. Como esos cuentos de terror que te cuentan en la infancia y que, justo cuando están a punto de ponerte los pelos de punta, terminan con un «y todo fue un sueño» Mediocre en su ejecución, predecible en sus giros, repleta de decisiones inverosímiles y olvidable en su impacto, No entres es una puerta que bien podría haberse quedado cerrada.
0 comentarios