Ari Aster, ese virtuoso del desasosiego moderno que ya nos dejó sin aliento con Hereditary y nos sumió en la pesadilla solar de Midsommar, se lanza ahora, por primera vez, a la Competencia oficial en Cannes con Eddington: un western psicológico con aroma a pólvora, paranoia y conspiraciones, ambientado en una América que cruje como un granero antiguo bajo un sol ardiente.
Tres años después de Beau is Afraid, Aster retoma las riendas del cine con un filme que, si bien cabalga por paisajes del oeste, lo hace con una brújula existencial, más cercana a Kierkegaard que a John Wayne. Esta vez vuelve a contar con Joaquin Phoenix—su actor principal en la pesadilla anterior—y se da el lujo de sumar a Emma Stone, Pedro Pascal y Austin Butler, hay que decirlo: ¡pedazo de elenco!
La historia nos sitúa en mayo de 2020, cuando el mundo entero olía a alcohol gel y paranoia. En un olvidado pueblo de Nuevo México, el sheriff Joe Cross (Phoenix), un tipo tan quebrado como el sistema que representa, se enfrenta al carismático y algo mesiánico alcalde Ted García (Pascal), cuyas decisiones, digamos, no conducen precisamente al orden y la cordura. La comunidad, ya al borde de un ataque de nervios colectivo, comienza a resquebrajarse entre rumores, mentiras virales y teorías que harían sonrojar a un terraplanista.
Rodada en Albuquerque, tierra natal del director, Eddington es un filme que susurra más que grita, con silencios cargados de plomo y elipsis que invitan al espectador a llenar huecos con sus propias neurosis. Aster, fiel a su estilo, juega con la luz como un orfebre perturbado y hace del sonido un personaje más—uno que a veces respira muy cerca del oído.
“Me resulta cómodo que me cataloguen como director de terror”, confesaba Aster en 2023, con esa media sonrisa de quien sabe que el próximo golpe vendrá por otro lado. Y no mentía: Eddington no es un filme de sustos fáciles, sino una elegía del miedo contemporáneo. Aquí el verdadero monstruo no se esconde bajo la cama, sino que gobierna ayuntamientos, circula en redes sociales y se disfraza de salvador.
Lo que Aster entrega no es solo una película de transición entre géneros, sino un espejo oscuro de nuestro tiempo: un país al borde del abismo, donde el miedo ya no lleva máscara de fantasma, sino traje y corbata. Y si alguien esperaba redención… bueno, no sería una película de Ari Aster si todos salieran caminando al atardecer.
0 comentarios