Más Allá del Amor: La Eterna Seducción de Ghost

Cuando el amor traspasa la carne, y el alma pide justicia… y un poco de barro también.

Hay giros insospechados en la historia del cine, y Ghost: La sombra del amor es uno de ellos. ¿Quién hubiera imaginado que Jerry Zucker —uno de los artífices de comedias absurdas como Airplane! (1980) y Top Secret! (1984), en colaboración con su hermano David y el incomparable Jim Abrahams— sería el responsable de dirigir uno de los dramas románticos más icónicos del séptimo arte? Y, sin embargo, aquí estamos, más de tres décadas después, hablando de Ghost no solo como la obra más célebre de su director, sino como una de las historias de amor más recordadas del cine moderno.

Zucker dio un salto de fe, dejando atrás el humor slapstick sin renunciar del todo a la comedia. La presencia de Whoopi Goldberg, descomunal en su papel de Oda Mae Brown, sirve como válvula de escape emocional, aportando no solo comic relief sino una energía vital que equilibra perfectamente el tono de la película. Es en esa mezcla de géneros —romance, comedia y hasta elementos de thriller sobrenatural— donde Ghost encuentra su particular hechizo.

Shakespeare como germen de una historia de amor

El guion, escrito por Bruce Joel Rubin, germinó a partir de una frase de Hamlet: “Venga mi muerte”. Lo que comenzó como una reflexión sobre el alma atrapada en el limbo entre la vida y la muerte, terminó por florecer en una fábula donde el amor se manifiesta más allá de la carne. La historia de Sam Wheat (Patrick Swayze), asesinado de forma inesperada y condenado a vagar como espectro hasta proteger a su amada Molly (Demi Moore), es un drama cargado de lirismo, espiritualidad y tensión.

Rubin, ganador del Oscar a Mejor Guion Original por este trabajo, tejió una historia que toma la muerte como detonante, pero que finalmente celebra la vida, el amor y la posibilidad de redención. Porque Ghost no es una tragedia en sentido clásico, sino una elegía luminosa.

Una Iconografía inmortal

Hay escenas que se vuelven icono. Y la del torno de alfarería, con Unchained Melody de los Righteous Brothers de fondo, ha quedado estampada en la memoria colectiva como un símbolo del amor erótico, tierno y fantasmal. De igual modo, el desenlace —donde Sam, ya en paz, se despide de Molly en un baño de luz celestial— alcanza una dimensión casi sacra, potenciada nuevamente por esa misma melodía que se volvió inseparable de la película. Lo uno no puede existir sin lo otro: canción y escena se retroalimentan, como amantes condenados a amarse más allá del tiempo.

Pero no todo es suspiro y ternura. Zucker no se olvidó de sus raíces humorísticas ni de las herramientas del cine de suspenso. Las inquietantes escenas en las que entidades oscuras se llevan a los villanos al inframundo —acompañadas por un diseño sonoro sobrecogedor— son fragmentos que rozan el terror. El infierno aquí no tiene fuego, sino sombras y lamentos. Y un karma que no perdona.

El arte de observar sin intervenir

Patrick Swayze declaró que Sam Wheat fue el papel más difícil de su carrera. Paradójicamente, por lo poco que podía hacer activamente. Sam es un testigo de su propia tragedia, un espectador impotente que, poco a poco, aprende a intervenir desde otro plano. Su interpretación —sobria, emocional, contenida— rompe con los moldes de sus roles anteriores. Venía de protagonizar El duro y Next of Kin, películas donde la testosterona era ley. Con Ghost, Swayze buscó, según sus propias palabras, «hacer algo por su alma». Y lo logró.

Demi Moore, por su parte, no solo consolidó su carrera, sino que alcanzó la cima de Hollywood, convirtiéndose en la actriz mejor pagada del momento. Antes de Ghost, era reconocida. Después, era una estrella rentable. Su Molly es vulnerable pero fuerte, rota pero no vencida. Hay una autenticidad en sus lágrimas que traspasa la pantalla.

Y luego está Goldberg, un torbellino de carisma que se alzó con todos los premios habidos y por haber: Oscar, BAFTA, Globo de Oro… fue la primera actriz en lograr ese triplete por un papel de reparto. Oda Mae es uno de esos personajes que roban cámara, pero no por exceso, sino por precisión. Cada gesto, cada frase, cada mueca tiene una chispa de humanidad hilarante.

Nominaciones, estatuillas… y una escena que perturba

La película fue un fenómeno tanto de taquilla como de crítica. Obtuvo cinco nominaciones al Oscar y se llevó dos: Mejor Guion Original y Mejor Actriz de Reparto. También fue nominada a Mejor Película, Mejor Banda Sonora (de Maurice Jarre) y Mejor Montaje. Para una cinta que camina por el alambre entre lo cursi y lo sublime, semejante reconocimiento fue —y es— notable.

Ahora bien, entre los aspectos más… desconcertantes de Ghost, hay uno que merece mención especial. Nos referimos, claro está, a la escena en la que Sam, tomando el cuerpo de Oda Mae, acaricia y besa a Molly. La cámara nos muestra a Swayze, pero la lógica del relato indica que Molly está siendo seducida por el cuerpo físico de Whoopi Goldberg. Nunca antes el amor fue tan inclusivo ni tan perturbador. Uno no sabe si llorar de emoción, reír de nerviosismo… o mirar hacia otro lado. Porque, seamos honestos, el momento más inquietante de Ghost no involucra sombras infernales, sino un beso con doble lectura digna de psicoanálisis freudiano.

Un legado de amor, muerte y risas en lo inesperado

Ghost sobrevive al paso del tiempo no solo porque fue un éxito de su era, sino porque se atrevió a mezclar géneros sin pedir permiso. Nos hizo reír, temblar y llorar, a veces en una misma escena. Fue cursi, sí, pero también fue honesta. Y en ese equilibrio entre el más allá y el más acá, entre el alma y el cuerpo, entre el drama y la risa, encontró su lugar en la eternidad.

Porque, después de todo, el amor verdadero no conoce fronteras, ni siquiera la de la muerte. Aunque a veces venga disfrazado de médium con uñas postizas y un vestido morado chillón.

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