★★★★☆

David Fincher es uno de esos nombres que no se pueden obviar en la temporada de estrenos (cuando le toca), aún a sabiendas de que no es una maquina de hacer obras maestras, que por supuesto las tiene. Pero su nombre siempre es sinónimo de algo interesante de ver.

Partamos por lo bueno. Primero decir que es de las muy buenas de su director, y muy posiblemente esté entre las nominadas a más de algún premio de la Academia, incluyendo «Mejor película».

Ya de entrada, Fincher se merece todos los elogios en su factura ténica y visual. Una película muy bien conducida, con un hábil manejo del suspenso hitchcockiano (en más de alguna secuencia), y con un ritmo narrativo reposado pero efectivo a la hora de trabajar el thriller. Algo que Fincher ha sabido muy bien recuperar, con inteligencia y envidiable capacidad narrativa.

The Killer es un thriller que abraza el cine negro, no sólo por revivir la voz en off (que ya había usado en El club de la pelea), sino que además tiene a bien de colaborar (por segunda vez) con Andrew Kevin Walker (guionista de Seven), que esta vez adapta el guión (muy libremente) a partir de una serie de novelas gráficas francesas del mismo nombre. Y por si fuera poco también nos regala una introducción que recuerda al personaje de James Steward en La ventana indiscreta, aunque aquí no precisamente como un voyerista bonachón, como en la película de Hitchcock.

La película nos presenta a un asesino a sueldo (Michael Fassbender), que busca vengarse de quienes le dieron una golpiza a su pareja, luego de que éste fallara en un trabajo. La premisa no ha descubierto la pólvora, y huelga decir que estas historias de venganza no solo no son nada nuevo, sino que además ya están muy vistas. Sin ir más lejos, este mismo año tuvimos el estreno de la cuarta entrega de John Wick, que deriva el mismo palo.

Pese a esto, The Killer pone sobre la mesa más temas de lo que se puede ver a simple vista. Fincher se toma su tiempo en presentarnos al protagonista para entrar en su obsesiva psiquis. Un tipo ordenado y escéptico, que en todo momento lleva sus máximas de vida consigo, siendo las primeras: «apegarse al plan» y «anticiparce, no improvisar». Estas máximas son las que definen la tensión y el clima de la película: orden vs. caos.

Curiosamente, no parece casualidad que muchos de los personajes de Fincher tengan algún tipo de trastorno mental. El caricaturista del San Francisco Chronicle en Zodiac (Jake Gyllenhaal) o el personaje de Edward Norton en El club de la pelea son claramente obsesivos. O personajes como Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) en Red social o el de Rosamund Pike en Perdida, ejercen distintamente la manipulación. Cuento aparte es Kevin Spacey como Jon Doe en Seven. En este caso, Fassbender encarna a un psicópata obseso que debe «apegarse a su plan» y «anticiparse» a los acontecimientos.

El reparto lo completan Charles Parnell como Hodges (el abogado) Arliss Howard como Claybourne (el cliente), Sophie Charlotte como Magdala y Tilda Swinton como la experta. Esta última muy desaprovechada.

La película termina con un final anticlimático. Algo que no me sorprende mucho de Fincher, que no es la primera vez que ha dado tumbos a la hora de culminar algunos de sus trabajos. Esto, junto a la carente originalidad en el planteamiento del relato, son al menos dos puntos flacos que se pueden advertir en la película. Pese a esto, la película gana mucho en lo bueno llegando a ser de las mejores de su director.

Recomiendo ver: El silencio de un hombre (Jean-Pierre Melville, 1967).

Mejor escena: Fassbender le rompe el cuello a la secretaria de su ex-socio y la tira por las escaleras. Cumpliendo así con la petición de ella de no hacerla desaparecer, para que su familia tenga acceso al seguro.

Curiosidades: Mata siempre de forma imprevista. ¡Super cool!